Recorro la orilla de un tiempo incierto, atravesando los jirones de bruma que se anclan entre mis dedos. El eco de pasos curiosos se cuela en el centro de mi pecho, restableciendo un latido otrora apagado. Alrededor, la niebla resalta una ausencia de naturaleza ficticia. Despierta mi instinto y da forma a este emplazamiento en el que he decidido perderme. El escenario en el que, después de tantos posibles, ha dado la bienvenida a uno. Tú.
Esa certeza, que llega abruptamente a mi mente y a mi alma, es la respuesta que te hace despertar. Entonces noto el calor que posees y se desliza entre los poros de mi piel, sedientos, incontrolables. Te acepto. Te doy la bienvenida. Espero que te acomodes en ese refugio que he preparado a conciencia durante años. La nada se llena de amor, de deseo, de algo pletórico que relaciono imperecederamente con tu tacto.
Nos hemos apoderado el uno del otro, así que sellamos un pacto. En silencio, sin palabras. Enlazados a este final y principio, el destino nos guía.