18 abril 2011

Cuento "Elana"

Este cuento trata sobre una de las ninfas del agua que ayudan a los ríos a encauzar su curso y no dejarse llevar por el aire. La protagonista de nuestro cuento se llama Elana y era alegre y risueña a veces y otras triste y enfadada. Elana se pasaba los días creando pequeños oleajes en las cascadas que sus hermanas dejaban caer pero tenia un secreto: y es que nuestra pequeña ninfa del agua se despertaba con un humor unos días y con otro bien diferente en otros.
A veces no podía dejar de reír y de jugar con sus hermanas. Hacía planes sobre como podían hacerlo para que la cascada se viese más bella. O buscaba secretos escondidos en las ramas de los árboles que descansaban en sus aguas. Otras se volvía terca, obcecada y nada, ni nadie, podía sacarle una sonrisa. Se volvía triste y se encerraba en sí misma buscando el refugio de cuevas oscuras y lóbregas.
Elana no se entendía. Y sus hermanas la veían como alguien extraño. En broma decían que Elana era más una ninfa de agua salada que dulce ya que ésta siempre estaba cambiando constantemente. La pequeña ninfa se enfadaba mucho y al mismo tiempo lloraba. Repetía “¿Qué me pasa? ¿Por qué soy así?” culpándose a sí misma de su estado de ánimo. Pero siempre volvía la alegría y pensaba que era parte de su carácter y su forma de ser.
Hasta que Elana cumplió sus 100 años como ninfa. Se le hizo una fiesta por todo lo alto y como regalo se le dejó escoger para ella sola un lugar donde reinar sobre las aguas. Elana escogió su rincón preferido: allí donde las hojas de los sauces llorones dejaban una intimidad suave y delicada. Así fue y Elana se convirtió en dueña de su propio hogar.
Todo fue bien hasta que su humor, tan variable, cambió y sobrevino la tristeza y con ella el enfado y el dolor que le hacían imposible ocuparse de las tareas de su hogar. “Tengo que mover las aguas” pensaba desesperada “porque sino se empantanaran y entonces ocurrirá algo muy malo”. Pero por mucho que su mente no dejase de pensar en ello, Elana no quería moverse. Su alma parecía anclada a una roca muy pesada que le imposibilitaba moverse y hacer algo por cambiarlo.
Tan grande era su tristeza esta vez que Elana pasó semanas y semanas sin hacer sus tareas diarias. Y el agua, que en otro tiempo fue cristalina y pura, ahora era putrefacta y el olor que despedía alejaba a cualquier ser. Alertadas sus hermanas por los animales del bosque, fueron a verla inmediatamente y vieron que Elana no era la de siempre. Vestía unos harapos cualesquiera, su larga cabellera cobriza caía sin orden al suelo y sus pies estaban descalzos y sucios. Sus hermanas se apresuraron a arreglar el lugar y se ocuparon de Elana pero ésta seguía sin pronunciar palabra y sin salir de su ensimismamiento.
“No soy diferente, estoy enferma” dijo por fin Elana cuando nadie esperaba que lo hiciese. Entonces, para sorpresa de las hermanas que, atolondradas, limpiaban con esfuerzo el lugar, le dieron la razón a la pequeña ninfa con un silencio. Así Elana se limpió, comió y durmió para recuperar sus fuerzas e ir a ver a la naturaleza en persona, don que solo las hadas de más de 100 años podían hacerlo. Y al que ella quería acogerse en tan desesperada situación.
A la mañana siguiente, Elana se encaminó a un claro donde el sol era más puro y los árboles susurraban, con sus hojas, la venida del viento. La ninfa se sentó y esperó, ofreciendo como ofrenda su larga cabellera limpia y cortada. Al poco tiempo un brillo azulado se le apareció y la misma reina de las ninfas del agua se materializó. Elana explicó el motivo de su venida con el tono más dulce que pudo sacar de su interior:
-Querida reina de las nimfas del agua, por favor, acepta esta ofrenda a cambio de una respuesta. ¿ Qué debo hacer para curar mis estados de ánimo? Por mucho que quiera no dejo de levantarme cada mañana de una manera diferente y eso me trae muchos problemas. ¿Qué puedo hacer, gran reina?

La reina se le acercó como un ligero viento y tocó a Elana en su frente. Ella la miraba estupefacta, sin saber qué debía decir o hacer. Entonces la reina de las hadas extrajo de Elana una luz del color del arco iris de su cabeza y se la entregó con sumo cuidado:
-Ésa luz es tu alma. Cuídala cada día tal y como cuidas tu hogar. Recuerda que los seres debemos encargarnos de nosotros mismos antes de poder ayudar a los demás. Y que las ninfas del agua tenemos en nuestro interior una pequeña parte del aire que nos ayuda en nuestras tareas diarias. Así que, pequeña, no dejes que tu alma piense en la tristeza. Hazle ver que la vida también es alegría.
La reina desapareció junto a la cabellera de Elana y ésta se quedó mirando aquella chispa cambiante que vibraba en sus manos. Sonrió y la acarició, dándose cuenta que si lo hacía su humor mejoraba. Así pues, con su alma entre las manos, regresó al lago junto a sus hermanas. Allí explicó lo que había visto y el consejo de la reina. Todas se alegraron de que por fin Elana sonriera y se viese feliz. Y ella, en su interior, supo que aunque todos cambiamos siempre debemos hacerlo como el río que fluye. Pero para ello debemos cuidarnos y escucharnos cada día.

2 comentarios:

  1. Me gusta lo que trasmite, de donde es?

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  2. Me alegra que te guste. Es de cosecha propia. Lo hice ayer en media hora. Ni si quiera está retocado. ¿Qué te transmite?

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