09 enero 2012

Pesadilla



Se posicionaba frente al temido espejo, como si de un ritual se tratase, odiándolo y queriendose ahorcar con su collar favorito, para echarse un último vistazo. Aquello era peor de lo que se imaginaba. Grasa esparcida por todo su cuerpo, acumulada en lo que ella creía que eran toneladas. Nada le quedaba bien, nada le sentaba como debía de sentarle. Era una inútil, una perdedora, una obesa asquerosa. ¿Y ÉSO que se reflejaba era ella? Quizás era mejor ir a la cocina y rajarse con el cuchillo hasta eliminar de su cuerpo el sobrante. Incluso quitarse alguna costilla. Pero, ¿qué haría con la cara? Aquellas ojeras de muerta aún podían disimularse aunque para nada podía hacerlo con que fuese un ser repulsivo que no merecía seguir con vida.
Unas arcadas la invadieron. Fue corriendo al lavabo y se ayudó de sus dedos, un poco doloridos. Al cabo de poco, el agua se llevó la bilis pero no así sus pensamientos. Volvió rápidamente a la posición inicial, delante de aquel espejo de cuerpo entero, dispuesta a seguir batallándose contra sí misma. Esta vez comenzó a arañar su piel pálida, dejándose finas líneas de sangre que le surcaron el rostro. Destrozarse aquella flácida piel llena de imperfecciones. Arrancarse la cara y con ella los ojos. Con un poco de suerte así no volvería a sentirse como una mierda al mirarse. Ni se sabría culpable, en su delirio, de no formar parte de las modelos que poblaban las revistas y las tiendas. Chicas esbeltas, rubias, con unas curvas potentes, llenas de erotismo que servian a los hombres como divertimento sexual.
Golpeó repetidas veces su otro yo, lloroso, que le gritaba cosas que no quería escuchar. Le vinieron a la mente los insultos y las vejaciones que tuvo que soportar en su niñez. Los sacrificios por ser una de ellas en su adolescencia. Las enfermedades que la estigmatizaban en su etapa adulta. Todo ello consecuencias de algo que se rompía dentro de ella... De una sola palabra que la hería más que a nada... ACEPTACIÓN. Entonces, los cristales del espejo volaron acompañados por un golpe sordo y grito apagado. El estruendo resonó en la habitación durante un minuto. Después, solo quedó un silencio frío e inquietante. Y de nuevo, las arcadas.
Junto a ellas, las imagenes de sus compañeros de clase pegándola, la de sus padres con mirada de desaprovación al ver sus excelentisimas notas pero su baja imagen física, la de sus novios recordándole que no debía comer más que un trozo de pan al día... La desesperación acumulada en un vacío que acabó llenando con comida. La misma que, al poco, vomitaba con culpabilidad.
Así pasó de la anorexia a la bulimia y después... A los intentos de suicidio. Toda una vida luchándo consigo misma, matándose a base de hambre, de excesos y de pastillas, para llegar a una triste conclusión; en verdad, nadie de los que la criticaban la habían querido. Ella lo había dado todo y por mucho que hiciese, ellos nunca la felicitaron ni estuvieron a su lado. Solo se aprovecharon de su vulnerabilidad. Las verdaderas personas siempre la acompañaron, sobre todo en los malos momentos, y nunca le exigieron nada. ¿Cómo es que había tardado tanto en darse cuenta? Y al ver los trozos de espejo esparcidos en el suelo se dió cuenta: el reflejo que quería ver, es decir, el que ellos querían ver, se lo impedía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario