04 enero 2014

Mapa digital

Encontrar a alguien en las famosas redes sociales suele ser bastante fácil. La otra noche, haciendo un pequeño experimento, me di cuenta que en apenas una hora podía encontrar (tras seis, siete o diez años) toda clase de información que vamos dejando, como piedrecitas o marcas en los árboles que fuimos dejando por si nos perdíamos. En teoría, la mayoría de nosotros ha pretendido, en algún momento, borrarlo todo y hacer ver que podía alejarse de ese "yo" que nos mira desde aquel suceso que nos cambió la vida. Pero en verdad, poca es la gente que se atreve a olvidar un nick, el escrito en un blog, la fotografía que colgaste en cualquier red social (de la que hemos sido artífices y participantes) y los seudónimos que hemos coleccionado en foros, emails y toda clase de parafernalia que nos daba un hogar, un rincón, muy lejos del anonimato.

Solemos pensar que somos seres comunicativos, que nos guste o no tendemos a involucrarnos con nuestros contemporáneos, y por ello preferimos quedarnos en un supuesto limbo donde nos gusta creer que para el resto somos un nick y un perfil asociado al mismo, y el resto saben (y sabemos) que lentamente la mímesis conlleva dejar una parte de nosotros, una especie de firma, en lo que constantemente hacemos de nuestra personalidad una huella digital. Nuestro ego. Nuestra impronta. O eso pensamos. Pero en realidad, si nos observamos, veremos que no es tanto como una muestra de miedo. 

Si abrimos una nueva ventana en el navegador, y nos vamos a nuestro perfil, veremos una número mayor o menor de amigos que nos siguen y a quiénes seguimos. Nos damos cuenta, también, que la mayoría de ellos no han intercambiado una palabra con nosotros en meses o quizás años. Muchos son el legado de anteriores redes sociales y foros, otros, frutos de la actual que no deja de desbordarnos con gustos, páginas sugeridas, bromas, imágenes graciosas y golosinas gráficas. Ya se ha hablado del fenómeno que nos ha llegado: la acumulación de contactos que no son amigos, que nos son conocidos y que ni si quiera conocemos en personas. Al mirar de nuevo el perfil, también podemos ver que aún tenemos la "manía" de firmar con alguno de nuestros seudónimos coleccionables y es probable que red tras red, arrastremos no solo contactos, sino imágenes, escritos, "amigos"y todo lo que nos hizo ser X o Y en nuestra anterior vida digital. Con lo que vamos arrastrando consigo la identidad y los rastreadores menos precisos pueden llegar a nosotros en un momento. 

Dejamos datos que han ido asociados a nombres que hemos utilizado en redes dispares, sin miedo, porque nos pensábamos que una única palabra nos puede servir de escudo. Acumulados datos a los que se suman los nuevos y son afectados por los pasados, en un bucle que deja un rastro. ¿Por qué nos negamos a deshacernos de todo eso cuando tomamos la decisión de empezar de cero? ¿Por que nos seguimos agarrando a la cuerda? ¿Por qué pretendemos girarnos, volvernos y recoger los pétalos que hemos dejado una vez volvemos a caer en la era digital? ¿Por qué, si nos lo planteamos bien, hacemos de nuestra identidad falsa un mundo en el que nos acomodamos y queremos salvaguardar?

Un caso grave es cuando en algún momento pertenecemos a un grupo o tribu urbana. Se tiende a conocerse entre todos, se habla del amigo mediante el nick, incluso en persona, se conocen sus redes y se utilizan los mismos seudónimos, los mismos escritos y las mismas fotografías para presentarnos. Años más tarde, en la edad adulta, esos grupos desaparecieron cuando cada uno de los miembros decidió cambiar la vida digital por la real, y, entonces, años después, un día, recordando, puedes decidir entrar, buscar tal o cual nick (que por cierto, era más sagrado que el nombre real por aquello de la "libertad" para decidir) y encontrarlo a solo dos clicks. ¿Magia? No. Es que en diez años lo máximo que ha cambiado esa persona es la plataforma con la que sigue publicando, ni más ni menos. Ayuda también que sus anteriores páginas hayan quedado registradas, ya sea como datos sueltos o como refugios abandonamos. 

El mundo no es un pañuelo. Somos nosotros los que volvemos una y otra vez sobre nuestras pasos. Tenemos miedo de perderlos, olvidarnos, no poder dar formar a las personas que nos rodearon en internet y que en el fondo suelen presentarse difuminadas por el escaso acercamiento que nos proporcionaron. Incapaces de vivir sin esos recuerdos que se nos escurren y caducan, se borran o duplican, se pierden y se amontonan, tendemos a pensar que tiempos anteriores fueron mejores. Por eso buscamos, encontramos, recordamos, agregamos a quienes una vez borramos de nuestra vida digital y volvemos a ello, en un bucle que nos mantiene en esa edad perpetua en que empezamos a darnos cuenta de que las decisiones que tomamos en estas plataformas tienen consecuencias. Se nos conoce por lo que publicamos y no por lo personas que nos hemos vuelto con el paso de los años. Tenemos miedo de perder la persona que nos creamos, y creímos, ser en un mundo supuestamente libre.

Mirar adelante es más fácil que hacia atrás. Es más fácil construir que reconstruir sobre cenizas. Pero solemos escondernos tras el pánico de olvidarnos a nosotros mismos igual que a quedarnos a solas. No podemos cambiar lo que hicimos mientras aprendíamos a ser personas en una era diferente. En cambio, sí podemos tomar la decisión de aceptar quienes fuimos, vivir lo que somos y soñar con lo que seremos. El pasado fue por un motivo y probablemente esa razón ya ni siquiera tenga sentido para nosotros si lo pensamos bien. Añorar algo así me plantea la siguiente cuestión: ¿de verdad fuimos aquellas personas o solo la idealizamos por miedo a ver quienes fuimos en realidad?

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