07 enero 2016

Cenizas del ayer

Te echo de menos.

Infinitamente de menos.

Esa estela que nos guiaba a ambos, y a ninguno, ha acabado siendo una pesadilla forjada de anhelos. Una estrella vagando en el Cosmos, como si de uno de nuestros relatos se tratase. Quizás aún me esperas, como ese Principito que volvió a su planeta tras desvanecerse en el nuestro solo para encontrar a su flor. Ella, sin nombre propio, pero sí con tu corazón entre sus pétalos, regando cada mañana, con tus lágrimas, su belleza inocente.

La prisión en la que te has encerrado, esta vez, llega tan lejos que mi alma no puede alcanzarte, pero sigo oyéndote aullar, persiguiéndome en estos días que se han vuelto algo grises y ermitaños. A veces pienso en cuánto perdimos y no dimos, en cuánto nos quedamos esperando que el otro se diese cuenta y nos abrazase, suspirando, escribiendo. Porque sí, hemos aporreado el teclado desde que entramos en este universo cibernético que ahora te olvida entre los millones de resultados. ¿Lo seré yo también cuando las décadas me empujen al último aliento?

Te extraño.

Interminablemente.

¿Qué olvidaré cuando el tiempo y la memoria se pierdan? En estas pisadas que hemos coleccionado, se nos olvidó darnos nuestro testamento. Puede que en este batiburillo nunca creemos otro instante ni un momento para encontrarnos, pero aquí me tienes, con la cabeza inquieta y el corazón de piedra. Si fueses un sueño, podría llamarte, pero te has vuelto un vacío que intento llenar con tu nombre y mis recuerdos. Te engaño si pretendo fingirte lejos, porque no me lo pareces. Más bien has pasado a ser una parte más de mi puzzle, la única, esa pieza que nunca volverá a encajar entre mis palabras, pero que sigue abrazándome.

He perdido el aire, las ganas y las noches. Creo el mañana y el ahora sin esperar más mensajes de despedida. ¿Sigues ahí? Nadie lo sabe. Dicen que lo tangible no tiene razón de ser y tú, más que nadie, siempre tenías una respuesta a tu ausencia. Aún la espero. Sigo esperando la pregunta y la solución que me enseñe a dejarte en la barca que te lleve junto a Caronte. No quiero sentirte encadenado. Quiero verte libre, sonámbulo, enseñándome a vivir desde aquel Más Allá, fruto de nuestro insomnio, que nos regalamos. 

Te lloro.

Amargamente.

Porque eres y serás siempre mi camino. Una palabra de aliento. Mi respiro. Ilusiones y esperas. Cafés compartidos. Mañanas que han desaparecido. Emails y cartas con PD y ganas de llamadas. Significado y significante sin seudónimos que lo abarquen. Eres y serás siempre el que iba y venia hasta que te marchaste, frío, en medio de la noche. Aquí, como una llamada de socorro, como una flor prendida entre mi pelo, me obsequiaste con tu sombra, la que me ayuda y me desespera en noches frías como esta.

A ti.


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