13 octubre 2010

Desesperanza

Tengo unas ganas terribles de llorar... Apenas duermo entre 4-5 horas cada día. Tengo nauseas y el cuerpo me duele. El frío me cala hasta los huesos que han decidido molestarme a veces. La alergia no me deja vivir. Los ojos me arden y pienso que no llego a todo. ¿Qué me pasa? Des de aquí puedo ver la lista de obligaciones que he de hacer de aquí a 4 horas escasamente. Pero mi cabeza es un torrente y necesito algo más que Valium para calmarme.

Añoro un abrazo y una charla emotiva, de las que te hacen llorar porque eres capaz de vaciarte. Un chocolate caliente y unos ojos que me enamoren. Una mano firme en la que apoyarme y una charla inteligente. En fin, tengo nostalgia de otras personas y lugares. Aunque, sin ir más lejos, pienso a menudo en una persona que está lejos, demasiado para mi situación actual. Después recuerdo que ése sentimiento se marchará poco a poco y volverá la amistad más simple y cariñosa. Esperar algo de alguien me vuelve soñadora y serlo me crea más problemas. Aún tengo la esperanza de encontrar un alma en sintonía con la mía. Pero no de que sea pronto.

Este año he dejando en el camino personas que nunca más volveré a ver. Gente que había sido importante y ya no lo es. Conocidos que parecen escorpiones y lo son en realidad. Amigos en los que tuve una fe ciega y jamás regresaron. Personas que alguna vez fueron especiales y ahora solo quedan sus manías. Vengativos que quieren dominarte. Bipolares no reconocidos y alcohólicos no anónimos. Almas del bajo fondo que te dan dos opciones, quedarte junto a ellas o marcharte... Un sinfín de personajes extraídos de Palackniuk y Burton. Y todos ellos tal como una vez vinieron, durante el año les dije adiós. No me fue duro más bien desagradable. Como una purificación de las relaciones personales que no me aportaban nada más que disgustos y problemas.

Lloraré por dentro y me resguardaré bajo mi manta negra comprada en Ikea. Al menos ése calor no me lo puede quitar nadie.

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