26 noviembre 2010

Ensoñaciones

He despertado inquieta, las sábanas revueltas y el aliento fugaz, con el maullido opaco de la gata. Rápidamente he abierto la puerta y ella ha entrado, tranquila y sinuosa, hasta acurrucarse a mi lado cuando he vuelto a la cama. Allí nos hemos quedado semidormidas, ella ronroneando y yo, a mí manera, escuchando la vocecita interna de mis ilusiones.

Puede que hiciese unos dos años que no seguía mi ritual que me inventé cuando era pequeña. Consistía en despertarme media hora antes y quedarme tumbada en la cama, sobretodo si era invierno. Pero no dormía. Al contrario, soñaba despierta. Imaginaba mundos, historias, personajes... Mi mente era un refugio seguro donde construir mi futuro. Y he aquí que, des de que vivía en casa ajena, no me sentía capaz de hacerlo. Seguramente era porque, aunque había gritos y peleas en casa de mis padres, no podía pensar en algo que fuese más allá de lo que se esperaba de mí.

Así pues de repente me he visto inmersa en una historia totalmente irreal. He dejado que se tejiesen las acciones y que la narración tomase forma. Aún tengo el regusto de mi fantasía en el corazón. De otra manera no existirían. Era feliz, allí, aunque solo fuese durante unos minutos... En aquella dimensión tenía la capacidad de imaginarme una ventana desde la que respirar y asomarme a algo que no fuese tristeza.

Parece que muy lentamente me reencuentro y vuelvo a ubicarme. Vuelvo a soñar que tengo fuerzas...

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