19 abril 2011

Cuento "Reyael"

Según cuenta la leyenda, hace miles y miles de años un pequeño dragón apareció en un mundo desconocido hasta entonces. En ese lugar el cielo era claro, el sol siempre daba luz y las flores crecían libres por todas partes. Ese dragoncito se llamaba Reyael.
A Reyael le pareció tan bello aquel lugar que decidió quedarse a vivir. Pero un día creció y se sintió muy solo. Se preguntaba a menudo si existirían más dragones como él y cada noche, antes de cerrar sus ojitos amarillos, soñaba con encontrarlos. Esto le hacía muy feliz mientras se lo imaginaba pero sabía que no era real ya que no había visto nunca a otros como él.
El tiempo pasó y Reyael se puso tan triste que quiso dormir para siempre. Quería encontrar a otros como él aunque solo fuera en sus sueños, donde muchos dragones jugaban y se divertían. Al dormirse eternamente, por fin Reyael no se sintió tan triste pero sí que lo hicieron las flores con las que ya no jugaba el dragón. Se sentían perdidas sin la alegría de aquel dragoncito que tanto las hacía reír.
Siglos y siglos pasaron sin que Reyael despertara y el mundo donde vivía al final se durmió como él. Poco a poco las flores, que con su color alegraban el lugar, dejaron de nacer, el río se secó y el sol no quiso brillar con la misma intensidad. El mundo donde dormía Reyael cambió los colores primaverales para dejar paso a un invierno eterno, como si la naturaleza acompañará al dragón en su sueño.
Reyael, en medio de su largo descanso, sintió que algo malo estaba pasando en su hogar. Extrañado porque todo estaba silencioso, el dragón despertó y se sorprendió de lo que vio. Todo a su alrededor era de color gris. Ya no había ríos, flores de muchos colores ni el sol brillaba con fuerza. En su lugar había una tristeza y una profunda desolación.
Se acercó a una margarita, que parecía descansar tumbada sobre el suelo, para preguntarle. La miró de cerca con sus ojos dorados y quiso despertarla de su sueño. Pero la flor no se pudo ponerse en pie. No tenía fuerzas para hacerlo. El dragón empezó a llorar desconsolado frente a ella y tanto lloró que la margarita bebió de sus lágrimas ávidamente. Entonces Reyael pensó que si ahora le ofrecía la luz de sus alas la flor podría despertarse. ¡Y así fue!
Reyael entendió que las flores necesitaban la luz y el agua que les proporcionaba el sol y el río. Pero para que volviese a brillar aquel mundo necesitaban de su propia luz. Así que sin perder un minuto más voló sin descanso por el cielo coloreando con sus alas el mundo para despertar de este modo al perezoso sol.
Con la magia de sus alas devolvió la vida a su hogar haciendo crecer las flores de nuevo. Los ríos volvieron a murmurar con el agua que corría por ellos y el sol apareció y sonrió agradecido a Reyael. Y lo más importante es que el dragón ya no se sentía solo. Podía ver como todos los seres de aquel lugar le daban las gracias por haberse despertado.
Esto le puso tan alegre que cantó junto a las flores, los ríos y el sol una bonita canción que acabó de alegrar el mundo donde vivían. Desde entonces ya no hubo más silencio en aquel lugar y el dragón volvió a ser feliz. Junto a él estaban los ríos, las flores y el sol que le sonreían. No eran dragones como él pero eran compañeros en el mundo que compartían. Y fue tan feliz desde entonces que le contó su historia a cada una de las estrellas que pueblan el cielo y aún explican esta historia a quien quiera escucharlas.

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