19 febrero 2012

En la noche...

Una noche, despacio y con cuidado, quiso deslizarse a través de sus sueños.
Lo que allí encontró fue diferente a lo que su imaginación le decía.
Angustia, desesperación, soledad y oscuridad. Una vástaga oscuridad. Es lo que quedaba de sus antiguas fantasias de niñez.
Por más que caminaba sus pasos resonaban en el eco amortiguado del silencio. La maraña viscosa de su confusión se le enredaba en los pies, húmedos del río salado de sus lágrimas acumuladas.
Entre tanto, se preguntaba si ese había sido el mismo lugar en el que se había refugiado. Allí no había color. No había esperanza. Allí solo quedaban cenizas. Las cenizas de un fuego extinto.
Tuvo miedo y se sintió desprotegida. El frío se le calaba y no encontraba la salida. Pero sabia que la había, siempre la había. La puerta aparecería y podría escapar de aquella pesadilla.
Antes, debía limpiar aquel lugar. Poner los cimientos para construir un nuevo hogar. Plantar nuevas flores. Pintar las paredes. Encontrar sus dibujos y poemas. Resucitar, a fin de cuentas, aquel lugar.
Y a ello se dedicó en cuerpo y alma mientras esperaba que el sol apareciese en el horizonte.
Porque algún día lo haría.
No tenía la menor duda.


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