15 noviembre 2012

Desde la noche...

 A veces te miro y quiero decirte que te amo. Pero no me atrevo.

Me preguntaste una vez si era lo suficiente valiente como para lanzarme. Lo hice. No me imaginé que tú ya no estarías ahí para recriminarme el no haber abierto las alas a tiempo, la incorrecta dirección de mis movimientos, el poco arte para enderezarme en mi primer vuelo... Desapareciste en el grito sofocado con el que me sumergí en la oscuridad.Y caí... caí... caí tan bajo que las estrellas se difuminaron, y no pude seguir el rumbo con el que te marchaste en lo que pensé (y sigo haciéndolo) fue una fuga porque tú tampoco eras tan valiente como me hacías creer. Solo un cobarde me podía dejar así.

¿Qué hacer entonces? Deambulé en un mundo desconocido, hostil e inhóspito. Era una desconocida, una marginada envuelta en mis últimas prendas de amor. ¡Qué inocente fui! Pero no por mucho tiempo. Aprendí. Tanto que deseé subir, aunque ello me costase la vida y no me mantuvieses más flotando. Porque había dejado de ser una niña para ser una mujer que sabía caer, pero también caminar, escalar y volar. Nunca más me engañarías. Así que esta vez sí fui valiente por mí. No por ti o por otro. Sabía que la verdadera fuerza estaba en la fe en uno mismo.

Y escalé... escalé... escalé tan alto que en el cielo pude ver la Luna y su luz me curó cual aire que entra en los pulmones de aquel que se ahoga. Juré allí mismo que sería su sierva durante el resto de mis días, mientras pintaba la noche con mi largo cabello, mis caderas ondeantes, el tacto de mi tersa piel, la sonrisa pícara de mis labios...

Supe que habías vuelto pero ya jamás te veré con los mismos ojos. Mi amor por ti no me empuja a pedirte que te sacrifiques por mí, como tú hiciste antaño. Mi amor por ti me hace soñar entre la bruma de la noche y creer, oh, cariño, que algún día sabrás que es amar de verdad.



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