15 marzo 2013

Retorno


Hace tiempo que no me encuentro.
Llevar un horario, hacer ver que soy normal, reírme con mis amigas, salir al cine... Imagino, a menudo, que todo lo que he sacrificado por llegar donde estoy, vale de algo. Que de aquí a cuatro años seré una feliz universitaria, con una carrera bajo el brazo, habré encontrado el amor y me dirigiré a México, con la esperanza de acabar mis estudios allí. La realidad me devuelve a la tierra.

Sonrío a mi reflejo, sonrío a la gente que me ve por la calle, sonrío a la gente que quiero... Por teléfono hablo con la mayor normalidad del mundo, cuando lo más probable es que lleve varios días sin dormir, intentando reprimir las lágrimas en algún rincón donde nadie me ve. Preferiblemente en la ducha. Al caer el agua puedo hacer ver que el jabón se ha colado en mis ojos claros, tan claros que a veces me da miedo delatarme. El resto del tiempo juego a esconderme cuando parece que vaya a caerme, y reaparezco cuando soy capaz de encarar mi parte sensible.
Ha quedado un resquicio, unas pequeñas grietas que, de tanto en tanto, suelen escocerme cada vez que escucho comentarios que duelen, o estoy en esos días en los que la gente deja de soportar la máscara. Pero no soy humana. No me permito emociones ni sentimientos que me hagan débil. No permito que nada me penetre, más allá de unas pocas sensaciones que pueda controlar a mi merced, llevándolas como olas hacía el puerto. La diferencia es que ese mar, que en un principio parecía bravo, también tiene su ritmo. Y ahí es donde me aprovecho.

He sacrificado el amor, la familia, el arte... Lo he sacrificado por una tenue seguridad, un futuro variopinto y algunas monedas. Soy clara. Ya no me escondo. En el momento en que tienes que sobrevivir, haces lo que sea por no pasar ni un día más en la calle, ni un día más sin comer. Puedes llegar a hacer cosas que nunca te habías imaginado. Y no arrepentirte. Sencillamente, vas rompiendo trozos de ese corazón iluso e inocente, hasta que te queda algo helada, que duele, pero solo al principio. Hasta que queda incrustado en ti y eres capaz de controlar los vaivenes, por tu bien, por el de los demás. 

De esta manera te vuelves fría, calculadora... Cambias eso que llaman "libertad" por un plato en la mesa, por un techo bajo el que vivir, por una estabilidad... No me avergüenza decir que tomé la decisión de no ser yo en post de un camino y de una vida que nunca hubiese imaginado tener. ¿Qué más da si duele? ¿Qué más da si no me permito sentir? Hacerlo no me da de comer, os lo prometo. La tranquilidad ha llegado cuando he dejado de pensar que el amor lo vence todo. Lo que de verdad te asegura quien eres, te guste o no, es el poder, el dinero, hacerte un hueco en la sociedad...

¿Interesada? Probablemente. 

Yo he tenido que aprenderlo sola, a base de irme quedando atrás mientras otros se salvaban a mi costa. No pienso tolerarlo más. He decidido vivir y NADIE puede reprochármelo. No volveré a sufrir por preservar una santidad que jamás se ha valorado. No volveré a acabar llorando por dejar que mi corazón hable.
Ninguno sabemos hasta dónde podemos llegar no por amor, sino por vivir un día más... Y disfrutarlo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario