01 agosto 2011

A alguien...

Discurre el tiempo entre mis dedos como aire en mis pulmones. La calma parece haberse evaporado y decirte lo que siento no me alivia. Es más, creo que ni tan si quiera poner tu mano en mi pecho lo hará. No se qué abunda más entre las hebras de mi pelo: mis angustias o mis pensamientos.  No te das cuenta, lo se, pero es que tampoco quiero que lo hagas. Romper el muro con el que me atrinchero me haría sentir ridícula y un espanto ante ti.
Por tanto tomo el té con mi soledad y ese no sequé que navega entre el soliloquio y la conversación. ¡Qué tremenda contraposición! Pero así soy yo, una neurótica principiante en esto de escribirte a ti, seas quien seas. El desconocimiento de saber quien hay al otro lado perturba los sentidos y me deja a merced de una copa de compasión. Beberla produce una excitación comparable a cuando te dicen que estás a punto de morir. ¿Qué hacer entonces? ¿Gritar? Puede, pero a veces ni la voz sale de la cavidad que debe salir y prefiere quedarse observándote y haciendo aspavientos. Quien los entienda será libre de su propio lastre.
A fin de cuentas tampoco se decirte qué siento, ni cómo hacerlo, así que escribo en el automatismo puro, inquieto, vibrante y oscuro que es mi alma. Sí, porque allí donde no llegas mis palabras salen a tu encuentro y allí donde penetras marchan ahuyentadas por tu desconocida presencia llena de sombras pasajeras. Intuyo que aún necesitas explicaciones y notas a pie de página pero de esas cosas ya se encargan las personas normales. Te lo digo, y si quieres te lo repito: es más fácil sentir mi latido que comprenderlo. ¿Sigues queriendo jugar conmigo a anatomia?

2 comentarios:

  1. Este medio parece seguro, ¿no? Pero el hecho de escribir esta carta puede ser la primera grieta de un muro.

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  2. es como mejor se escribe, dejando brotar

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