09 julio 2013

Notas

A veces la música es el único consuelo que me queda en el terrible silencio. Lleno y tapo, con notas y voces, lo que muy a menudo pretende salir del alma y me atrevo, valiente de mí, a arrancármelo del pecho. Canciones que son mi álbum de fotografías mentales en el que pasar páginas hasta llegar al inicio. Acordes que se mezclan con los suspiros prendidos en la telaraña de las piezas que se dejan escuchar en la habitación. 

No quiero verme reflejada en el espejo y saberme esa otra que sigo siendo yo con los ojos oscuros y el alma vacía. El secreto mejor guardado, los trozos de la porcelana de una taza de té a la que nadie estuvo invitado. Soy yo y esa enemiga que a veces se empeña en recordar, en sentir nostalgia, o en odiarme por ser quien fui. Si doy al play, sin que nadie más sepa de qué trata mi historia, puedo jugar a ser esa niña que aún piensa en princesas. De mayor ya sé qué seré.

Si me ves cantar, o si me ves tararear, y mis ojos te dicen que existen mil mundos tras mis pupilas, no lo dudes; cada canción es un instante de mi vida hecho fantasía o una posible imagen que rememorar en un futuro.


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